La mañana inicia aún con oscuridad para las y los habitantes
del campo. El día se hace corto para todo el trabajo que realizan y pocos son
los beneficios económicos a cambio de la energía gastada en la faena diaria.
Hay un prejuicio bastante extendido en los sectores urbanos,
totalmente alejado de la realidad, que imagina la vida campesina como sembrar
maíz, sentarse a esperar que crezca y vivir en la pobreza. Por el contrario la economía campesina es
poliactiva, no es sólo producción de granos básicos o sólo agricultura. Una
misma familia campesina también desarrolla actividades en el comercio, en la
construcción, en el cuidado familiar, comunitario y ambiental, en la artesanía;
el turismo, el arte y los servicios urbanos. Nada hay más dinámico que el
campo. Nadie hay más explotado que el campesinado. El trabajo en las fincas,
como jornaleros, es una parte de esta dinámica.
En Guatemala, la estructura agraria sigue manteniendo la
dañina relación latifundio-minifundio. Alrededor de 400 mil familias campesinas
cultivan su producción alimentaria en menos de media manzana de suelo cada una.
Pedazo de tierra en el cual llegan a producir no más de la mitad de alimentos
que necesita la familia por año. Por esta razón están obligados a buscar
completar sus ingresos con la venta de su fuerza de trabajo. Las grandes fincas
para la producción de agroexportación son el destino. Ante una gran demanda de
trabajo, las fincas han mantenido bajos salarios de forma sistemática e histórica,
sin control del Ministerio de Trabajo. . El 92.1% de los jornaleros y peones no
recibe ni siquiera el salario mínimo. Es evidente el resultado de esta
explotación organizada: 70% de la población rural en Guatemala, es pobre, el
75% de la población indígena es pobre. Uno de cada dos niños en el país sufre
desnutrición crónica. El sistema económico que causa esto, sus impulsores y
beneficiarios sólo pueden tildarse de criminales. El campesino y la campesina
trabajan duramente, otros se aprovechan de ese trabajo.
La vida del jornalero agrícola en grandes fincas de café,
caña de azúcar o banano es dura, mal pagada y expuesta a enfermedades severas
por el desgaste físico y mental. Recientemente han circulado noticias públicas
sobre enfermedades renales crónicas en trabajadores agrícolas de las regiones
costeras de Centroamérica. Las consecuencias han llegado hasta la muerte. La
enfermedad está asociada a dos causas: a) la exposición a agroquímicos usados
en las plantaciones de algodón, caña de azúcar y banano; b) La exposición al
sol en largas jornadas de corte y cultivo en estos productos sumado a la poca hidratación del cuerpo. En suma, el
trabajo en estas condiciones no dignifica la vida del jornalero.
Según la Alianza de Mujeres Rurales, las mujeres que son
empleadas en las grandes fincas reciben menos salario por igual tiempo de
trabajo que el pagado a los hombres y en ocasiones no reciben pago, pues son
vistas como ayudantes de los trabajadores. También indican que el abuso y el
acoso sexual son cosa diaria en el trabajo. Un aspecto toral en el tema del
trabajo agrícola es el reconocer que todos los cuidados y trabajos de las
mujeres rurales en casa, no son remunerados por el sistema pero si garantizan
que los jornaleros campesinos puedan reponer las energías exprimidas durante el
día.
El sistema capitalista promete un futuro sin campesinos,
mayor pobreza, alimentos importados en lata, desiertos donde había bosques,
sequía donde había ríos. Mientras eso pasa, disfrutemos de la comida hecha con
productos frescos del campo guatemalteco, parece que no será para siempre. FUENTE: América Latina en mov.