¿En que pensaba el tosco artista gravetiense cuando hacia el 10.000
a.C. arrancaba de las piedras las tremendas incisiones de la Venus de
Lussel? ¿Que arrebato mental pudo producir aquel temblor de 44 cm de
piedra, aquellos senos poderosos, caderas tremendas, vientre y sexo obsesivos?
¿Que significan sus manos una acariciando su vientre, guardando
su secreto y la otra levantando el cuerno del gran bóvido? ¿O es quizá
la luna lo que levanta?
Posiblemente es una de las primeras representaciones femeninas en escultura,
continuación de las llamadas Venus paleolíticas, directas, evidentes
en su cuerpo y en su símbolo. Fueron los primeros cuerpos femeninos
esculpidos y los primeros símbolos de la Humanidad. Porque, ¿fue posible
la Humanidad sin la mujer en la escultura, sin su cuerpo hecho símbolo?
El tema es largo y sugerente. En estas páginas no cabe sino ordenar
unas cuantas intuiciones.
En primer lugar destaca la fascinación que el cuerpo de la mujer ha
ejercido siempre no sólo sobre el hombre sino sobre la sociedad desde sus
comienzos prehistóricos. Desde siempre se impuso su cuerpo, el volumen,
la rotundidad que se puede tocar y abrazar, el cuerpo ocupando un espacio,
las tres dimensiones. La imagen de la mujer fué siempre una realidad
física, es decir una escultura.
Y al mismo tiempo, ese cuerpo físicamente venerado encarnó el misterio,
la atracción sobrecogedora, algo oscuro, más allá de lo inmediato,
una idea. El símbolo siempre fue indisociable del cuerpo femenino.