Desde que en sus orígenes el hombre empezó a ordenar
su conciencia creativa, el arte tridimensional ocupa un lugar
supremo como objeto rodeado de una verdadera mística,
porque, incluso hoy en día, todo aquello que provoca
adoración se hace bajo la forma escultórica. Y, es este
propósito milenario el que convierte a la escultura en el punto
de partida de la relación hombre y universo. Y el ideal que
anima al artista a participar en los gestos mismos de la
creación, fuera de las corrientes filosóficas o religiosas, es el
vacío. Ese lugar interno en el que establecer la potencia propia
del objeto y que lejos de ser sinónimo de abstracto o
impreciso, es su más alta expresión artística.
En nuestro afán de comprender un poco más esta esencia
creativa, hemos destinado nuestra investigación hacia el
planteamiento de la escultura como un tránsito hacia la nada,
a pesar de que la tradición artística ha considerado durante
siglos, que las obras escultóricas son un núcleo cerrado y
embozado en una forma perfecta determinando un espacio. Sin
embargo, el vacío creado en una escultura es el que nos está
revelando precisamente ese carácter sólido del objeto, y no
fue hasta que, la irrupción de la modernidad sacrificó ese
postulado clásico para demostrarnos que el vacío concebido en
una obra, desde los primeros huecos mágicos hasta la más
contemporánea idea de la nada, es el que ha ido elaborando
esa plenitud primordial que convierte la escultura, en obra
abierta como entidad substancial del hombre
EL HUECO COMO HERRAM IENTA DEL TRABAJO ESCULTÓRICO .LA PRESENCIA DEL VACÍO. Definir el vacío como parte esencial de la escultura, es
hablar del hueco y también de la luz como materia. Una vieja
ambición que de un modo u otro ha adquirido entidad propia a
través de las distintas obras y del paso del tiempo que, a su
vez, nos ha ido proporcionando conciencia de sus posibilidades
y del control expresivo que ejerce en las formas, ya que el
espacio y la luz siempre han sido entendidos como los medios
naturales donde se desarrolla la vida y por tanto la del arte
escultórico. Crear un hueco en un volumen cerrado, es hacer
esa materia transparente a la luz y por consiguiente “ha de
contener, separar, proteger, aislar, apoyar sin imponer
visualmente su materialidad”, en realidad es
ir conquistando el vacío para habitarlo de manera clara como una nueva presencia física de la escultura, un agujero blanco 2
que provoca en realidad, un reencuentro con nosotros mismos
y a partir de ahí la posibilidad de relación con la obra
concibiéndola más rica y más intensa.
Este pequeño preámbulo es necesario para presentar el
objeto escultórico y conocerlo como una obra abierta en una
época en la que la escultura ha perdido su sentido más
tradicional. Nos encontramos con nuevos cánones que son, en
las contemporáneas obras de arte, el opuesto de lo que
fueron. El Apolo de Velvedere o la Venus de Milo, ya no son
más que obras atávicas que cargan sobre sus hombros siglos
de perfección artística. Envueltas por el áurea de su glorioso
pasado sólo acertamos a escuchar su silencio porque, frente a
frente con nuestro presente, se están transmutando en las
sombras de su propia grandeza, en huellas de lo que fueron y
ya no son.
Sentados ante una obra marmórea cuyo pasado
conocemos, cuyo presente observamos y cuyo futuro es
previsible, observamos en ella su material tangible, su técnica,
las herramientas que la elaboraron, su acabado y hasta la
mente que la creó. No es así, sin embargo, frente a una obra
contemporánea. Una obra que carece de pasado histórico, que
su presente aún está lleno de invenciones y que su futuro es
impredecible pero que nos provoca una excitación más fuerte y
más poderosa que la tradición. mÁS EN www.somoselespectador.blogspot.com