lunes, 29 de febrero de 2016

Aleister Crowley POR LA PLUMA






Aleister Crowley fue muchas cosas —espía, ocultista, casanova, alpinista— pero quizás lo que más quiso, al menos en su juventud, fue ser poeta. Sin nunca alcanzar las alturas líricas de su archirival W.B. Yeats, la Gran Bestia dejo un cuerpo poético que alcanza ciertos resplandores, fruto de su conciencia alterada: más que nadie más allá de lo ordinario. Si hay una constante en este fascinante hombre-camaleón es su gusto por el shock, por agredir las "buenas costumbres" de la sociedad victoriana.  Crowley tomó como máxima la idea de que lo único sagrado es que no hay nada sagrado, ya que el hombres no solo es imagen de la divinidad, sino que participa en ella (es la flama que arde "como un sol invisible" en el cuerpo) y por lo tanto la ley es haz lo que quieras. El Último Mago de Occidente alguna vez se preguntó: "¿Si supieras que eres dios y que todos los demás son igual que tú, les dirías?”. Y este (auto)conocimiento de la divinidad, en buen medida, surgió a partir del sexo: el teatro cósmico donde la bestia operaba su magia. Crowley hizo del sexo una ciencia mística:.. y mis ojos
fijan el rapto, como en la cama
Él lame los labios flojos de ella, e intenta
tentar su lengua. Mi fuego aumenta.
Sus pechos pesados y colgantes atraen
Mis dientes y se enjoyan con sangre,
Su mano prepara el sacrificio
Que desea de mí, la inundación
Que viene de los los santuarios del Paraíso
Su otra mano tiene la malicia
Para para despertar la locura del Danés,
Cuya mirada cárdena se amotina,
Los ojos de ella pierden la calma que tenían,
Mi cuerpo crece, henchido de amor