ALGUIEN TIENE QUE DECIRLO.- Para los poco observadores que
decían hace veinte años, ante la llegada del año 2000, que no había grandes
cambios en el mundo de los que nos narraban historias futuristas; es que no se
habían fijado en aquellas generaciones
tecnológicas que son resultantes de las actuales y cuya prácticas serían
provocadas ante la fabricación de una pandemia, que parece haber sido
perfectamente planeada para esta segunda década del siglo XXI, y que entre
muchos propósitos geopolíticos y económicos, también cuenta con el objetivo de
ejecutar una vida virtualizada y
eliminar a quienes difícilmente podrán adaptarse a ésta, a la que el individuo
contemporáneo ha sido entrenado y acoplado. La evidente desaparición del dinero
en papel y metal por la moneda electrónica, el uso de los documentos
configurados y las reuniones empresariales por enlace de imagen, así como el
trato humano por conexión mecanizada,
abren paso de una manera más evidente, a un mundo virtual postguerra pandemial,
en donde las habilidades humanas se vuelven homogéneas con pensamientos
repetitivos de los memes y los mensajes en textos, que nada saben de tonos y
gestos y que pasan por alto, los malos entendidos. El desempeño laboral, la
actividad financiera y el comportamiento social que no sabe distinguir
directrices éticas, y la actitud robotizada; han atado los sentimientos a un
software, cuya única concentración emocional, -ahora será- , el perverso y
deficiente servicio del interproveedor o de la red social, así como la
competencia en la prontitud interactiva, y la precaución y la detección de
acciones bajas, obscenas, frustradas y ocultas de quienes son criminales
escondidos en la tecnología y cuyo delito tiene lagunas y deficiencias
normativas o no tipificadas. Las décadas recientes nos han entrenado a la
dependencia electrónica, a escupir ideas captadas a simple vista, superfluas de
ingesta excesiva y sin procesos inductivos y deductivos. Se nos ha querido
acostumbrar a comer viendo la
computadora y a desafiar al televisor encendido mientras checamos nuestro
teléfono celular que usamos para ya no
hablar. Es claro que también aprovechamos las "benditas" ventajas y
comodidades tecnológicas, sin embargo también existe la resistencia que se
presentó en el momento de divorciarnos de nuestros aparatos de sonido caducos o a la tinta por las pilas
recargables. También es cierto que todo adelanto hay que agradecerlo, exprimir
al máximo sus cosas benéficas y mermar sus consecuencias negativas. Sin embargo
existen aspectos de la vida y de la interacción humana a las cuales no pienso
renunciar; ya que siempre preferiré hacer uso del dispositivo elaborado de
látex, al dispositivo que se compone con un teclado.